AMPARO PONS





Las series "Paisajes internos I" (2008) y "Paisajes Internos II" (2009) son obras digitales seriadas, nacidas dentro de un proyecto de experimentación e investigación con la fotografía analógica. El gran potencial creativo, e inherente a la imagen fotográfica, me lleva a continuar trabajando con la imagen digital, lo representativo va dando paso a lo indeterminado, es decir, a lo abstracto.

En esas radiografías del alma nos sumerge Amparo Pons, a la manera del memento mori barroco, en el lirismo de su universo creativo donde muestra nuestra fragilidad, nuestra finitud, nuestra limitación, pero a la vez y con ello nos recuerda nuestra fuerza, nuestro armazón, nuestra potencia. Dota así mismo con un íntimo gesto pictórico a la frialdad de la placa -de su impronta- y nos transporta más allá de lo que estamos viendo a simple vista: un mar de sugerencias, un bálsamo de nuestra cotidianeidad.

La obra de Pons sugiere una reflexión sobre los límites entre la vida y la muerte, la vigilia y el sueño, la cordura y la locura, la salud y la enfermedad, entre la arena y el mar, que en ocasiones se funden en un límite distorsionado. Las emociones y los pensamientos que se abordan cuando se contemplan sus obras son versiones de la misma historia: la de aquellos que tuvieron el alma herida y quisieron despertar del sueño de la vida o quisieron recordar, como Cesare Pavese en su último diario, El oficio de vivir, que algún día tendrían que morir.

Véase su esfuerzo en la misma línea de las Caterinitas mexicanas, esas lindas calaveras femeninas, lujosamente engalanadas para recibir nuestro destino final con la arrogancia y el valor necesario para ello. El trabajo de Pons transmite esa fuerza que su propia personalidad rezuma, ese empuje que se necesita en el quehacer diario. Como decía Marcel Proust, aunque para la literatura, está todo dicho, pero como nadie lee hay que estar continuamente recordando. Mutans mutandis, Pons no recuerda sutil pero con férrea fuerza y con aires de postmodernidad algo a lo que casi todos esquivamos, pero que ha de ser nuestro acomodo final, una suerte de paliativo o de consuelo a nuestro devenir, eso que los medievales denominaban la buena muerte o el buen morir, el aprender a recibir nuestro destino final de una elegante manera. Está resultando una preciosa primavera la de este dos mil nueve. (José Luis Martínez Meseguer)

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